
La vida tiene una forma curiosa de ponernos en piloto automático. Los hábitos, sobre todo aquellos de los que no estamos muy orgullosos, pueden colarse en nuestros días así. Tranquilos. Rápidos. Familiares.
Ahí es donde la atención plena empieza a obrar su magia silenciosa.
No se trata de sentarse con las piernas cruzadas en la cima de una montaña ni de silenciar todos los pensamientos (aunque eso hace suena tranquilo). Se trata más de notar lo que realmente está sucediendo en el momento. Como, en realidad Observando. Cómo te sientes cuando te desplazas demasiado tiempo. El estado de ánimo antes, durante y después de reaccionar a algo.
La atención plena te obliga a pausar. No para juzgar ni arreglar nada, sino para hacer espacio. Y a veces, ese pequeño espacio basta para romper un viejo patrón. De repente, ya no buscas lo que siempre buscas. Lo notas. Piensas en ello. Quizás incluso te ríes de lo automático que se sintió. Y entonces... quizás haces algo diferente.
Eso es lo genial. Cuando estás presente con lo que haces, empiezas a ver tus hábitos como lo que son: decisiones. No el destino. No defectos de personalidad. Solo patrones que tu cerebro ha adquirido. en realidad Bueno en eso. Y si tu cerebro los aprendió una vez, ¿adivina qué? Puede aprender algo nuevo.
Tenga en cuenta que este blog no constituye asesoramiento ni experiencia médica. El material de esta entrada es solo para fines informativos y no debe utilizarse para tomar decisiones de salud personal sin consultar a un médico o un profesional de la salud mental colegiado.
Con cuidado,
Amanda